Se trata simplemente de exponerte un rato cada día a la luz solar directa, sin vidrios ni filtros de por medio. Idealmente, dejá al aire un poco de piel: brazos, cara o piernas. Básicamente, permitir que la luz toque tu cuerpo.

  • Vitamina D: tu aliada invisible.

El sol activa la producción de vitamina D en tu piel, clave para que tu sistema inmunológico funcione como corresponde. En invierno, cuando estamos más cubiertos y encerrados, esa producción baja, y ahí es donde aparecen más resfriados, molestias y defensas bajas. Un ratito de sol por día puede marcar la diferencia.

  • Luz que levanta el ánimo.

¿Te notás más apagado en invierno? No es solo tu impresión. La falta de luz solar afecta afecta nuestro estado de ánimo. Un baño de sol diario es como un botón natural de “mejora tu día ahora”. Te cambia la energía, te sentís más liviano, más positivo.

  • Dormir mejor empieza de día.

La luz solar también es una señal para tu reloj interno: le avisa que es de día y que, más tarde, será momento de descansar. Eso mejora tu ciclo circadiano y, como resultado, tu descanso nocturno. Dormís mejor, más profundo y te despertás menos cansado.

  • Un freno al acelere mental.

En tiempos donde todo es pantalla, scroll y corridas, salir a tomar sol es una pausa necesaria. Respirás, observás el cielo, sentís el calorcito en la cara, y aunque sea por unos minutoste conectás con el presente. Es un pequeño acto de autocuidado con impacto gigante.

  • ¿Cuánto sol necesito?

Con 10 a 20 minutos al mediodía alcanza. No necesitás más. Buscá una plaza, una terraza, el balcón o hasta la vereda. Lo importante es que sea luz directa. Y si hay abrigo, no hay problema: que al menos una parte de tu piel pueda recibir ese regalo del sol.

Sumalo a tu rutina como quien toma un buen café o da un abrazo. Porque a veces, lo más básico es también lo más transformador.